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ISSN 1989-4163

NUMERO 99 - ENERO 2019

Cansancio de Musgo

Ramón Asquerino

(Ojos de loto vencidos)

«Era entonces la misma hora siempre,
[…], y la pena
allá en lo hondo un ala diminuta
que no conoce el vuelo.»
 «Nuevos motivos del Genil»:
El río y la paloma: Juan Rejano

«como un naufragio universal,
como un diluvio sin arca,
como una furia de lluvia sin cielo,
como un beso sin principio.»
O el silencio oscuro de los peces blancos

A todos los emigrados españoles, a todas las que perdieron su tierra

***
Una sonora brisa callada cerca aquellas tardes
de lubricanes y jardines, cuando el mar asediaba
en sed a los labios
y aún no se vedaban en las costas los besos.
«Era entonces la misma hora siempre»
-escribías desde México, Juan Rejano, y ahora te oigo,
 tan apartado de ese continente, de tu sangre vencida-,
porque no existían más que un árbol de perezas,
 un balcón sin suicidios, y la noche,
impuntual cada instante del día, durmiendo sola.

Reflejada en su espejo de auroras, la amanecida
se deslizaba muy vaga, caprichosa,
cobijada aún de almohadas y, si acaso,
con pasos de felino ingrávidos, se oía
un tímido café oscuro cimbreando el silencio
de parte a parte, cortando la mañana en ayunas.
Los días llenaban los bolsillos rotos con relojes parados,
no crecían los gritos, solo el níspero contagioso
de deseos, amarillentos ojos negros, extraños,
se prodigaba nostálgicamente alto.

Ya llueve, desvivida en ti, el agua mansa
vencida, como un río desesperado y sin fronteras,
hasta las entrañas en lo hondo de un ala diminuta
entre estos olivos de noche caduca.
Un río que llega empapado de nanas sin canciones,
de verdes abrazos sin sueños,
con un cansancio de musgo sentado a la espalda.

Podríamos mentir a las ilusiones
e inventar un pasado innecesario, Juan,
en esta noche oscura del cuerpo, trillado
por el desvarío de las venas,
por la flacidez de las palabras,
por el desasosiego de unos labios cerrados,
por los vedados besos en las costas,
por los ojos de loto vencidos.
Noche oscura del cuerpo que llega
llagado con el cansancio de musgo de la lengua,
muerta y fría en la boca,
y el dolor apacible en los muslos.

«Era entonces la misma hora siempre»,
y conservabas esa sed inaudita,
hasta dentro de su misma tierra seca, aireada en silencios,
contenida en sus arados de abril
esparcidos, sin una sombra que cubriese al viento,
al esplendor sonoro de los olivos.
La esfera de los relojes, azules inmóviles y eternos,
 no tenía aceras, Juan,
y sus agujas clavaban la dulce piel del asfalto:
púas sin leyes por la lenta carretera
del Tiempo, ausente, anhelo en veranos, feraces,
sin hallar un solo rasguño de fiebre,
aún sin el cansancio de musgo en abrojos,
que después, entre los ojos de loto vencidos
bajo un luto verde, embargara tu cortado vuelo.
Mientras, el Genil se desgañita buscando sus afluentes.

… y la pena
allá en lo hondo un ala diminuta
que no conoce el vuelo:
escribías desde México, Juan Rejano, y ahora te imito,
ya tan exiliado de la España de tu sangre dolorida.

En Madrid, una tarde ominosa del 17 de julio,
ojos de loto vencidos.

 

 


Cansancio de musgo

 

 

 

 

 

 
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